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HURGANDO EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

 
Otoño del 2015, es una tarde lluviosa, no tengo nada que hacer, así que abro un viejo baúl, encuentro de todo y de nada, y me fijo principalmente en unos cuadernillos escritos por mi en viejos tiempos, y decido poner en Internet algunos de ellos.

Así que aquí están.

ÍNDICE

- LOS CELOS

- "Breve diccionario del placer y del desplacer"

- DOS CAVILACIONES EN UNA MISMA HISTORIA

LOS CELOS

     
"Breve diccionario del placer y del desplacer"

     
DOS CAVILACIONES EN UNA MISMA HISTORIA

Cavilación nº 1: "¿Por qué tuve que huir?

Cuando tenía tres a os mi padre nos trajo a Barcelona.

De aquellos primeros a os, de mi país solo tengo recuerdos aislados de colores, de olores y de sabores que, a veces, al pasear por Barcelona, creo vagamente recordar.

Aquí, de ni a, todo iba bien, el colegio me gustaba, tenía muchas amigas y con ellas jugaba por las calles de mi barrio.

Según me iba haciendo mayor las cosas fueron cambiando, al principio muy lentamente y al final de una manera brusca. Intentaré explicarme mejor.

Cuando cumplí 13 a os ya no me dejaban salir a la calle más que para ir al colegio y a comprar. Al principio lo pude soportar pero, poco a poco, los muros de casa se me caían encima. Tuve que aprender a mentir y comencé a inventar actividades extra escolares que no existían para poder estar fuera de casa y hablar con mis amigas. Recuerdo que los exámenes los hacía mal para ir a clase durante los veranos, única manera de poder salir.

Un verano, cuando cumplí los 17 a os, mi padre dijo que iríamos a Marruecos a ver a la familia. Me puse contenta, pues al menos supondría un cambio en mi rutina. Unos parientes nos dejaron una vieja furgoneta, que llenamos hasta los topes, y comenzamos el viaje hasta Chechauen, nuestra ciudad. Sentada, desde la furgoneta, mi país me gustó, fue como un masaje para mis recuerdos, esos si que eran los colores que yo recordaba, los olores que yo había sentido de peque a.

Al llegar visitamos a todos nuestros parientes y enseguida comencé a ver los cambios. Mi madre se puso un pa uelo que le tapaba toda la cara, solamente los ojos se le podían ver, todas mis tías también vestían de la misma manera; los chicos iban por las calles, las chicas no. Ya había visto algunas fotos y los comentarios de mi padre en casa algo me hacían prever, pero verlo, sentirlo, me provocó una sensación de rechazo, todo aquello no me gustaba.

Un buen día hubo preparativos en mi casa, me dijeron que vendrían visitas y que yo tenía que ponerme guapa. Me vistieron con un traje de bonitos colores, me pusieron un pa uelo transparente y me sentaron con las mujeres en un rincón de la sala.

Esa novedad, que me permitía salir de la rutina diaria, al principio me ilusionó, pero un presentimiento me hizo ponerme en guardia.

Por fin llegaron los visitantes, unos padres con su hijo. La madre se vino a nuestro rincón y los hombres comenzaron a hablar. Yo intentaba seguir su conversación, pero las risitas de las mujeres mirándome me lo impidieron. En un momento en que el chico volvió su rostro y me miró, las histéricas risitas de las mujeres me hicieron sospechar lo peor.

A los pocos días volvimos a Barcelona, yo pensando que nunca más volvería a mi país. Por fin, un día mi madre me explicó lo que habían hablado los hombres en aquella visita que yo no lograba quitarme de la cabeza. Mi padre había decidido que tenía que casarme con Mohameh, el chico aquel de mirada gris. Yo estaba asustada, mi madre seguía hablando y me decía que era un buen chico, que tenia un trabajo fijo de policía y que la boda estaba hablada para cuando yo cumpliera los 18 a os. Comencé a llorar, me sentí terriblemente sola y le dije a mi madre, entre lágrimas, que no me quería casar. Mi madre me explicó que las decisiones de los hombres no se podían discutir, simplemente había que cumplirlas.

Durante los días siguientes anduve como sonámbula por casa, todos mis pensamientos estaban puestos en que tenía que huir. Mi madre algo debió de sospechar, pues me dijo que si me iba de casa y no cumplía los mandatos de mi padre, nunca más podría volver. Durante horas y horas lloré, no quería casarme, pero tampoco quería dejar de ver a Fátima, mi hermana peque a, que con sus 8 a os no podría entender mi huida.

El tiempo pasaba, mi cumplea os se acercaba y con él lo que ello implicaba. Un día en que no podía soportarlo más, fuí a mi habitación, di un beso a Fátima con lágrimas en los ojos y le dije adiós. No sé si ella lo entendió, pero también lloró. Cogí la bolsa de la compra y le dije a mi madre: -Además del aceite ¿quieres algo?

Nunca más he vuelto, hoy vivo con mis amigos, con mi gente. De vez en cuando me acuerdo de Fátima, de mi madre, y el corazón se me agrieta, pero tuve que escoger. Cuando dos culturas se enfrentan siempre hay que escoger, irse por un camino y dejar otro, a veces ambos se pueden cruzar, a veces nunca más lo hacen.

 

Cavilación Nº 2: ¿Por qué vine a este país?

Cuando Hanna tenia 3 a os, tuvimos que irnos a Barcelona a ganarnos la vida. Unos parientes nos habían escrito que allí era fácil encontrar trabajo y que los primeros meses podríamos vivir con ellos.

Al llegar tuve que soportar que mi mujer se quitara el pa uelo, pues no era conveniente, pero a mi todas esas libertades de las mujeres de este país no me gustaban.

Hanna comenzó a ir al colegio y yo estaba preocupado, pues iba viendo como cada vez más se alejaba de nuestra cultura. Aquí las ni as correteaban todos los días por la calle como si fueran ni os, y eso no podía conducir a nada bueno.

Un día ordené a mi mujer que no dejara salir tanto a Hanna, que teníamos que educarla tal como a nosotros nos habían educado, que si queríamos casarla con alguien de nuestra tierra teníamos que hacerla seguir nuestras tradiciones.

Mi mujer cumplía las órdenes a rajatabla, como tenía que ser. Vi como Hanna comenzaba a hablarme menos, lo cual me alegraba pues significaba que las cosas iban por el buen camino.

Un día, en la mezquita, unos parientes me comentaron que el padre de Ibrahim buscaba novia para su hijo, el que era policía.

Le dije a mi mujer que me diera una foto de Hanna, en la que estuviera guapa, y se la envié por correo a Ibrahim.

A las semanas recibí la contestación afirmativa, pues había hablado con el Imán de aquí y le había dicho que Hanna había sido educada según los preceptos de la tradición, y que nadie la había visto con ningún chico desde que tuvo la primera manifestación de mujer.

Así fue como preparé un viaje para Chechauen, nuestro pueblo, con la ilusión de que Hanna se casara con un hombre de nuestra religión.

Para mi todo iba bien, había preparado lo mejor para nuestra hija, le había buscado un buen marido, ¿qué más podía darle? Así que no logré entender que pasaba cuando mi mujer, al volver a casa me dijo que Hanna se había escapado, que no quería casarse a la fuerza ...

Ya sabía yo que tanto corretear por las calles de peque a no podía conducir a nada bueno. Pegué a mi mujer con rabia, ¿cómo la había dejado escapar? Ahora, mis amigos se ríen de mi, el Imán me considera un fracasado por no haber sabido mantener la autoridad.

Nunca podré volver a Chechauen, no podría soportar la mirada de Ibrahim.

Nunca debí haber venido a este país.