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Los cuentos del deseo
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L BAÑO |
Todo era como un sueño, tan bonito como un sueño, tan real como un
sueño. Elena se bañaba cada sábado por la tarde, y yo, puntual como el
más preciso de los relojes de cuarzo, a pesar de que en aquellos años no
estaban todavía inventados, aparecía por su casa cada sábado a las seis
de la tarde. Su madre me decía:
-Pasa, pasa a la cocina, que estoy bañando a Elena y luego podréis ir a
jugar.
Pasaba, y allí estaba Elena desnuda en el balde de zinc, y como cada
sábado yo sentía como la sangre me bullía dentro del cuerpo. El cuerpo
desnudo de Elena era sin duda, por aquella época, el motivo principal de
mi vida, incluso algunas mañanas me despertaba pensando en que era
sábado y que por la tarde por fin vería aquel cuerpo desnudo. Su madre
no sospechaba nada, a fin de cuentas éramos solo unos niños, yo tenía
ocho años, Elena siete. Tenía la vaga sensación de que algún día se
terminaría aquel sueño y ello me hacia saborear mas aquellas tardes de
los sábados, aquellas acaloradas tardes de los sábados.
Y fue precisamente un sábado tarde, después de la sesión de baño, que
tuvimos nuestra primera experiencia fuera de los ojos de su madre, fuera
de los ojos de todos. Estábamos jugando al escondite, paraba Andrés,
fui, como tantas otras veces, a esconderme cerca, lo mas cerca posible
de Elena, que en esta ocasión se escondió dentro de una pila de madera
que en forma de caseta había en los patios de detrás de nuestras casas;
mas tarde me entere que esas casetas no estaban hechas así para que
nosotros jugáramos, sino que era para que el viento, el seco viento que
venia de Urbión, las secara. Pues bien, allí me situé yo también, al
lado de Elena, al lado de su largo pelo que olía a limpio. No sé ni como
fue ni quien empezó, solo se que de repente estábamos los dos unidos,
con las manos enlazadas, con las caras juntas; solo se que me sentí
mejor que nunca, no hablamos nada, éramos niños, no necesitábamos
hablar. No éramos todavía como los adultos que necesitaban horas y horas
de hablar antes de abrazarse; esto lo sabia por las largas horas pasadas
detrás de los bancos donde se sentaban las parejas, interminables tardes
que tenían el aliciente de saber que tras la espera, al fin llegaría el
beso, ese beso que yo presentía que tenía que ser algo anormal, pues
notaba como los adultos se transformaban tras él.
¿Cuanto duró nuestro abrazo? No lo sé, solo sé que estábamos con
nuestros cuerpos unidos cuando empezamos a oír gritos del resto de
compañeros que nos decían:
-¡¡Álvaro, Elena, donde estáis!!.
Sospechábamos que había pasado mucho tiempo porque por sus voces
demostraban estar enfadados, pero ¿que nos importaba a nosotros?,
todavía seguimos algún rato más, ellos se cansaron de buscarnos y
empezaron a jugar sin nosotros.
Justo en el momento en que empecé a acariciar sus labios con los míos
sentimos unas voces mas graves, eran de adultos, eran nuestras madres
que nos buscaban. Se nos acabó el romance, nos asustamos, salimos
separados, sin planearlo, quizás para despistar, pero dio igual,
nuestras madres o no entendieron nada o lo entendieron a su manera.
El sábado siguiente lo intenté de nuevo, fui a su casa, nervioso aporreé
el picaporte, salió su madre, y me dijo:
-Pasa, pasa al comedor y lee algún cuento mientras termino de bañar a
Elena.
Su madre unilateralmente había decidido que ya no éramos niños. Las
reglas de los adultos para nosotros eran inexplicables e inviolables.
No obstante mis recuerdos, nuestros recuerdos, no podrán alterarlos,
Elena y yo habíamos saboreado el Amor.
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L
TREN DE LOS RECUERDOS |
Un buen día, con mis quince años cumplidos, pude por fin aumentar mis
kilómetros de aventura en tren. Dos amigos y yo habíamos quedado
finalistas provinciales del campeonato de ajedrez, y nos íbamos para
Madrid, a jugarnos el título regional.
Nuevamente hice mi maleta de cartón y nuevamente aquella entrañable
cuerda tuvo que hacer de improvisado cierre. Con mis amigos y mis cosas
montamos en una humeante maquina que nos llevaría lejos, muy lejos para
mí, a Madrid.
En nuestro departamento iban una joven, su madre y dos viajantes
catalanes que, con su catálogo de tejidos y estampados, visitaban todas
las provincias de España, ¡ellos si que conocían el tren!. Nos
explicaron interesantes vivencias fruto de sus viajes por España; pienso
yo que aquel día comencé a sentir la necesidad de salir de mi pueblo,
apreciado pueblo, pero, a veces, agobiante pueblo.
Y los pinos iban pasando con el paisaje, difícil me seria concretar si
era yo o ellos los que pasaban, igualmente me es difícil recordar si fue
en Quintana Redonda o en Tardelcuende donde la joven y yo nos miramos,
el sitio es igual pues la miraba estaba ahí, y era una mirada atrayente,
mirada de las que expresan un montón de sensaciones, un montón de
palabras. Pensé en Becquer, en su rima tantas veces por mi leída y
recordada:
Sabe, si alguna vez en tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.
En Almazán, por fin, me enteré de su nombre, su madre tuvo que llamarla
dos veces, ¡Raquel!, ¡Raquel!, para que la oyera, pues nuestras miradas
nos estaban transportando a otro lugar, lejos de su madre, lejos de
todos, a bordo del tren que nos llevaba a nosotros dos solos al fin del
mundo, al menos eso era lo que yo sentía, y su conmovedora mirada me
indicaba que mi ilusión era compartida.
Un oportuno cambio en el departamento nos permitió sentarnos juntos. El
lento traqueteo del tren permitía que nuestros cuerpos se rozaran
suavemente, agradecí a las vías, al tren, al maquinista, ese suave
vaivén que me permitía sentirla tan cerca de mí. El tren seguía
avanzando y llegamos a Torralba, una parada de media hora nos permitió
andar un rato por el andén. Hacia un alegre sol de primavera, de esa
primavera de la meseta, de ese sol que ilumina, calienta y endereza el
espíritu.
Bajo la vigilante mirada de su madre, Raquel y yo hablábamos y reíamos,
nuestra dicha iba en aumento.
Cuando salimos de Torralba, Raquel y yo volvíamos a estar juntos y
además algo mas alejados de su madre. Entramos en un túnel y, milagro de
la técnica primitiva, la luz se apagó, la oscuridad fue como un fogonazo
en mi corazón, moví lentamente mi mano en busca de la suya y la
encontré, pues ambas se iban buscando.
No recuerdo lo que pasó, solo sé que a través de nuestras manos, de
nuestros labios, hubo un flujo de emociones imposible de narrar, mi
corazón palpitaba y yo notaba el latir de su corazón, mi cerebro no
pensaba solo sentía, y supe que el de Raquel también.
La luz no se arregló, pero a nuestro pesar el túnel tenía un fin, y
llegó trayendo el primer claror; tuvimos que separarnos, pero solo
físicamente, pues, a partir de entonces, seguimos unidos hasta Madrid.
Tras muchas horas si para contarlas usamos el reloj, y muy pocos minutos
si tenemos en cuenta mis deseos, llegamos a Atocha, nos separamos en el
andén sabiendo que al día siguiente, casualmente, los dos volvíamos en
el mismo tren hacia Soria.
Mi estancia en Madrid, no fue sino un lento transcurrir entre dos
trenes, el que me había traído y el que anhelaba coger al día siguiente
para volverla a ver.
Llego el día siguiente, y volvimos a estar juntos, y aumentaron las
miradas vigilantes, pues mis dos amigos también seguían nuestras
emociones.
El tren seguía avanzando y en mi cabeza solo había un pensamiento,
¿volvería a fallar la luz?. Seguro que la técnica estaría nuevamente de
nuestra parte, al lado de la felicidad. Solo faltaba esperar....
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L
TALISMAN |
Recuerdo que la primera vez que oí la leyenda El Monte de las Ánimas,
sentí una extraña y placentera mezcla de sensaciones; magia, misterio y
sensualidad quedaron unidos en mi memoria para siempre. Dos años después
con mis dieciséis años cumplidos, volví a escucharla en condiciones muy
distintas, en circunstancias que hoy intentaré recuperar de mi memoria.
Justo el mismo día en que cumplí los dieciséis años decidí que tenía que
superar la prueba; muchos otros chicos, con razón o sin razón pasaban de
ella; yo sabía que tenía que superarla. Así fue como los cuatro meses
que separaban mi cumpleaños de la noche del primero de noviembre, día de
los difuntos, me fui preparando mentalmente para ella.
Lo primero, y sin duda lo mas importante, era conseguir un talismán de
la chica amada; cualquier prenda, cualquier objeto podía servir, lo
único trascendental es que ese objeto hubiera sido tocado, hubiera
estado en contacto con ella, con su piel, con su cuerpo. Empecé el plan
de ataque, no era fácil, pues en aquella época los chicos y las chicas
estábamos separados en dos clases, en dos patios de recreo, vernos en el
instituto era una gran aventura, !que control, y únicamente para
conseguir nuestra separación¡. Esperé la oportunidad, esta apareció el
día del examen de matemáticas; nosotros los chicos lo teníamos antes que
ellas, y estas en los cinco minutos de separación entre clase y clase
acudieron a aquella valla que tantas veces había sido testigo de nuestra
necesidad de vernos. Yo me dirigí directamente a Rosaura, mi amada en
secreto, la escogida meses a para ser la musa de mi aventura; me ofrecí
a transcribirla en una cuartilla de papel el examen, la pedí un lápiz,
le devolví su hoja con las preguntas, pero no el lápiz, que me había
guardado sigilosamente mientras le explicaba la resolución de unas
preguntas. En aquel momento fui feliz, tenía en mi poder su lápiz, su
objeto, que iba a transformarse en mi talismán, solo quedaba esperar al
primero de noviembre, día de la gran prueba.
Creo que hora es ya de que hable de la prueba, de que explique en que
consiste la misma y sus entresijos. En Soria, mi pueblo, había la
costumbre entre los jóvenes de 16 años de pasar la noche de los difuntos
en El Monte de las Ánimas, espeso encinar que se alza a la orilla del
Duero, esa noche había que pasarla al raso junto al objeto de la chica
amada, para así transformarlo en el talismán que posteriormente nos
concedería su amor, su dulzura, su cariño.
Ya tenía mi talismán, solo faltaba esperar que pasaran los días, los
meses,... Al final llego el 31 de octubre y comenzó el ceremonial.
Éramos l5 los chicos que iríamos al Monte de las Ánimas a intentar
superar la prueba, cada uno estaba apadrinado por un amigo que ya la
hubiera superado en años anteriores; a mi me acompañaba El Verbenas,
justo un años mayor que yo. Ese día fue realmente duro, los nervios
estuvieran a punto de delatarme ante mis padres y ante mi
chica, que, y como es obvio para que el hechizo funcionara, no tenía que
sospechar nada. Después de cenar lo mas tranquilo que pude, me fui a la
cama, en aquella época no había televisión, eso hacia que a las once de
la noche ya todos estuviéramos en el catre. Aquella noche me metí
vestido entre las sábanas, y espere la hora en que había quedado con mi
amigo; las once y media tardaron en llegar pero al fin las oí sonar
desde el campanario. Me levante, y salí sigilosamente por la ventana que
daba al patio de atrás, me encontré con El Verbenas y los dos nos fuimos
por calles oscuras al lugar de la cita general, con los otros chicos.
Habíamos quedado pasado el puente sobre el río Duero, a la sombra de los
Arcos de San Juan de Duero, precisamente donde habían residido los
templários, de los que, según la leyenda, escucharíamos sus gritos esa
noche. Dieron las doce y faltaba un compañero para llegar a la cita, la
contraseña era clara, el que no estuviera a las doce en punto no podría
ir, así que cogimos el camino y nos fuimos para el Monte de las Animas.
Al llegar comenzó el rito, del que nosotros, los nuevos, algo habíamos
oído decir, pero que no conocíamos en profundidad, pues, como todos los
ritos, este tenía su componente secreto, y misterioso,que le daba mas
valor. Uno de nuestros padrinos, tomo la palabra, y comenzó a
explicarnos la leyenda de El Monte de las Animas. A pesar de que la
había oído un buen montón de veces, a pesar de que la había leído otras
tantas, aquella fue sin duda totalmente distinta, era como si no la
hubiera oído antes, la excitación del momento lo justificaba; era la
noche de difuntos, precisamente la misma que la leyenda narra que salen
los espectros de los templários y de los sorianos que murieron en la
contienda, a recomenzar la batalla. Estábamos precisamente en el lugar
donde la batalla había acontecido, era noche cerrada, las encinas nos
acariciaban con sus negras ramas, hacía viento, los sonidos eran
variados e intensos,... el ambiente era el adecuado para escuchar de una
forma especial aquella leyenda que tantas otras veces me había
impresionado.
Aun recuerdo la sensación de miedo que sentí cuando Alberto nos contó el
final, aquel final en el que, ante una frívola Beatriz, aparece la mano
cortada de Alonso con el pañuelo, con su pañuelo. Beatriz se vuelve
loca. Nosotros andábamos por el filo de la navaja.
Cuando el narrador enmudeció, cada uno de nuestros padrinos nos llevó a
un lugar aislado del resto, mientras nos ponía al corriente de que se
trataba de permanecer toda la noche sin moverse en el sitio indicado, y
que cuando el crepúsculo matutino permitiera ver nos reuniéramos y
volviéramos todos juntos al puente donde ellos nos esperarían para
confirmar definitivamente la superación de la prueba.
Así fue como, al final, me quedé solo, debajo de una encina, con mi
talismán en la mano, el libro de Becquer en mi bolsillo, y el recuerdo
nítido en mi mente de los acontecimientos de aquella lejana noche de
difuntos en la que templários y sorianos habían andando a la greña y
muchos de ellos habían caído en la lucha; también quedaba un hueco en mi
mente para esa otra noche, mas cercana, en la que Alonso había perdido
la vida por su amor a Beatriz, por su intento de recuperar la prenda que
su amada, maliciosamente, había dejado prendida en el ramaje de una
encina milenaria.
Difícil es medir el tiempo, difícil es saber como transcurrieron los
minutos, las horas de aquella larga noche, no obstante voy a intentar
cuantificarlo, no en horas, pues seria falso, pero si en ratos, ratos
que para mi tenían una duración determinada, dependiendo de los
acontecimientos, de los ruidos, de los olores, de lo cerca que tuviera
el recuerdo de Rosaura, de mi amada. Al principio todo fue fácil, el
simple contacto con el lápiz, su lápiz, mi talismán, era suficiente para
olvidarme de los ruidos, del frió, de lo que me esperaba; Becquer
también estaba ahí para ayudarme, sus rimas, me hacían olvidar el
entorno.
Pero la noche iba pasando, los ruidos iban aumentando, o al menos así lo
sentía yo, la razón que en un principio analizaba todo: ese ruido es el
aire, ese crujir es de una rama, ... empezó a fallar: ese ruido no
parece del aire, ese crujir mas bien es metálico, y, que yo sepa, las
encinas no son de metal, por el contrario las espadas si que lo son...
El miedo me iba venciendo.
De repente un chillido desgarrador llenó el bosque, la razón no podía
convertirlo en viento, el viento no podía haber sido, con la sangre
helada, la razón me volvió ayudar, no eran necesarios los templários
para justificar aquel ruido, podía haber sido cualquiera de mis
compañeros de aventura que no había aguantado mas y había chillado,
¡seguro que había sido eso!, esta creencia me reconfortó.
Pasado el rato me entró soñoléncia, traspuse sensiblemente la frontera
entre la vigilia y el dormir, y en ese estado en que las sensaciones se
multiplicaban, un nuevo ruido me asustó, en mi sopor vi como un
templário se me acercaba espada en mano con el intento de arrebatarme mi
amuleto; pegué un grito soberano, grito que alivió mi tensión, pero que,
a buen seguro, a alguno de mis compañeros les puso en tensión.
El crepúsculo no llegaba, así que decidí adelantarlo por mi cuenta,
pensé que la prueba ya estaba superada con creces y decidí comenzar a
buscar a los compañeros. Comencé a andar por el bosque, intentando
divisar a alguno de ellos. Parece ser que Roberto había tenido la misma
idea que yo, y los dos andábamos por el bosque buscando, y nos
encontramos de repente en una sombra, cada uno pensó lo peor, cada uno
nos convertimos en templários a los ojos del otro; tras el susto u el
posterior reconocimiento nuestra emoción fue excelsa, nos abrazamos como
nunca lo habíamos hecho, estábamos contentos de estar juntos. Entre los
dos no tardamos en encontrar al resto que ya también nos andaban
buscando, pero faltaba uno, faltaba Godolfredo, así que decidimos
buscarlo entre todos, Gritamos su nombre, buscamos, pero Godolfredo no
aparecía. Finalmente lo encontramos en el suelo tendido, no se movía,
nos asustamos, le zarandeamos y nada, ni se movía, aquello comenzaba a
preocuparnos seriamente. Al fin Godolfredo semiabrió sus ojos y nos
pregunto:
-¿Que os pasa?. Os veo asustados.
No tuvo que darnos ninguna explicación, todos comprendimos que
Godolfredo había pasado toda la noche durmiendo, y no entendía como es
que nosotros habíamos hecho otra cosa.
La vuelta a Soria fue eufórica, la entrada en el colegio esa misma
mañana triunfal. El antes y el después lo sentía en lo mas profundo de
mi ser. Es "después" tuve la posibilidad de consolidarlo definitivamente
justo al mes siguiente. Roberto había preparado un guateque, Rosaura
estaba invitada, mi timidez se vio superada gracias al talismán que ya
tenía, y por si este fallaba, por unos cuantos vasitos de cariñena que
me había atizado en El Rangil, ¿que podía fallar?, nada, evidentemente.
La unión de estos dos hechizos, me permitió sacar fuerzas para decir a
Rosaura, mientras bailaba, que la quería, que siempre la había querido,
que fue mi musa en la noche de las Animas, me abrazó tiernamente y así
estuvimos todo el guateque; no recuerdo las canciones, no recuerdo ni
tan siquiera si había música, solo se que abrazado a Rosaura estuvimos
bailando toda la noche, con los cuerpos unidos, con las caras unidas, y
con nuestros labios unidos. Anduvimos cerca del cielo. |
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QUELLAS
TARDE DE CINE |
La vi por primera vez delante de la cartelera del cine Avenida, observé
que miraba con emoción, así que cuando se alejó fui a ver cual era la
causa de su estado. Enseguida lo supe, Paul Newman estaba en todos los
carteles mirando con su ambigua indiferencia, la que, por lo visto, le
hacia tan deseado por las chicas de mi pueblo. Pero esta no era de mi
pueblo, no la había visto nunca hasta ese día, y eso era imposible si
hubiera vivido en Soria. ¿Quien sería?. Tenía que averiguarlo, pero
mientras tanto me propuse un plan para poder hablar con ella el próximo
día que la viera. No recuerdo con exactitud si yo por aquella época
había escuchado ya ese aforismo que dice: "Si no puedes contra tu
enemigo, alíate con él", pero eso fue precisamente lo que yo planeé,
aliarme con Paul Newman. Por la noche, en la ultima sesión, cuando ya
hubiera entrado todo el mundo, aprovecharía esos minutos en los que la
cajera recogía sus pertenencias, para yo coger alguno de aquellos
carteles de Paul Newman. No fue fácil, los nervios me dispararon el
corazón y empecé a sospechar que mis latidos serían oídos hasta por los
acomodadores, cogí uno, estiré y salí corriendo sin tan siquiera mirar
hacia atrás, me lo metí en el pecho, poco a poco me calme, y ya en casa
saboreé mi victoria.
La semana siguiente indague sobre el pasado de Blanca, que así se
llamaba, y supe que era de Santa María de Huerta, que su padre era un
Guardia Civil que había sido trasladado a Soria y que tenía 16 años. De
todo lo demás me fui enterando yo poco a poco, pues justo una semana
después de verla la conocí; mi carta de presentación fue el cartel de
Paul, ¿que me podía fallar?. Con él me dirigí a ella un día en que la vi
pasear sola delante del Museo, mi corazón andaba mas disparado que el
día del cartel, pero tenía que hacerlo y lo hice:
-Tengo un regalo para ti que se que te va a gustar. Toma.
Lo cogió un poco extrañada, observé como su cara se emocionaba
tiernamente, pensé que sin duda parte de esa emoción era por Paul, pero
parte también era por mi gesto, por mi atrevimiento.
Desde ese día comenzamos a ser amigos, y a saber más de nuestras vidas,
así fue como me enteré que allá por Santa María de Huerta iba a un
colegio de monjas y que, un buen día, tras una confesión de pensamientos
impuros, el cura la castigó, para conseguir su purificación, a rezar 100
Aves Marías arrodillada sobre unas cáscaras de nuez; cuando iba por la
50 una de las cáscaras se rompió y los restos se le incrustaron en las
rodillas, ya en el dispensario y con un intenso dolor, comenzó a pensar
que como era posible que sus simples pensamientos abrazando a un chico,
pudieran tener semejante castigo; comenzó a perder la Fe, para comenzar
a tener fe, fe con minúscula, en la vida, en la amistad.
Una tarde de invierno decidimos ir al cine, escogimos una buena película
entre las tres salas que había en nuestra ciudad, Bogart y Bacall, eran
los protagonistas. Nos sentamos, vimos el Nodo, yo había apostado un
paquete de pipas que saldría Franco inaugurando un pantano y lo gané, el
descanso, y por fin empezó la película. A la primera mirada de Bacall,
me cogió la mano tiernamente, al primer beso de los protagonistas,
estrechamos nuestras manos con emoción, poco a poco vimos como lo que
acontecía en pantalla no nos importaba demasiado, que lo importante era
estar juntos, el uno con el otro, y que esa oscuridad de la sala de cine
nos lo permitía, era en el único sitio donde podíamos hacerlo. A partir
de entonces íbamos al cine con la asiduidad que nuestra penuria
económica nos permitía, íbamos a estar juntos, ya ni tan siquiera
escogíamos las películas, ¡que mas nos daba!, elegíamos la sala mas
barata, la sala mas oscura, la sala en que había mas posibilidades que
sus padres nos estuvieran, pues a veces el espectro de su padre, de su
tricornio alteraba nuestra paz.
En aquella época agradecíamos que la proyección de las películas
exigiera oscuridad, esa maravillosa oscuridad que tanto deseábamos para
estar juntos. A buen seguro que los curas de aquella época, que todo lo
querían controlar, mas de una vez habrían pensando en proyectar las
películas con luz, pero por fortuna eso era técnicamente imposible, esa
era nuestra suerte.
Un día estábamos en aquella sala entrañable del cine Ideal, en la última
fila, para estar mas solos, con nuestras manos unidas como tantas otras
veces, con algunos besos furtivos como tantas otras veces, cuando a
Blanca creo yo que le estallo en las venas la bomba retardada de la
represión de los tricornios y de las cofias, me soltó la mano, y comenzó
a acariciarme el pantalón y subió y me desabrochó los botones, yo estaba
excitadísimo, no hacia nada, simplemente gozar, me metió la mano y me
acaricio dulcemente. Durante varios segundos estuve sin mover mas que mi
corazón, al fin deseé tocar su ser, sentir su calor, así fue como puse
mi mano en sus rodillas, y fui ascendiendo poco a poco, al fin encontré
su ser, todo para mi, caliente, húmedo y tierno, poco a poco nos
masturbamos el uno al otro, poco a poco fuimos alcanzando el cielo.
Caímos de nuestra nube con el Fin, con las luces, pero aquello nos unió
para siempre, aun hoy al recordar, todavía en mi memoria anda fresco el
recuerdo de su sexo húmedo, caliente y tierno que aquel lejano día me
ofreció.
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¡
NO ESTAR LOCO! |
Poco a poco la presión social de mi pueblo, supongo yo que idéntica a la
de cualquier agrupamiento de pocos habitantes, fue predisponiéndome a la
emigración. Deseaba salir, irme a un sitio nuevo, donde nadie me
conociera, donde, creía yo, sería mas libre. Pensaba que así dejaría de
ser Alvaro, hijo de..., que aquel día hizo tal....., que va con tal y
tal....., para empezar a ser yo, simplemente yo, y lo que a partir de
aquel momento hiciera.
Oposité, aprobé y pedí traslado a un pueblo de la Catalunya interior; la
suerte estaba echada. Nuevamente tuve que hacer mi maleta, recuperar mi
cuerda, pero en aquella ocasión mi madre debió de pensar que las
circunstancias exigían un cambio y me hizo una funda de tela, magnifica
funda de tela, que la dio un nuevo realce, una nueva categoría. Fue mi
madre también la que me metió en la maleta una buena ristra de chorizos,
digo yo que como exorcismo para alejar de mi los espíritus famélicos que
pudieran atacarme.
Y así con mi maleta y mis chorizos monte en el tren, ese maravilloso
tren que siempre me ha acompañado en mis viajes. Primero fue un tren que
me llevó a Calatayud, allí un traslado a un soberbio tren que venía con
dos magníficas máquinas de vapor, ¡que bonito fue ver entrar en la
estación aquellas dos máquinas!. Muchas horas, si las comparamos con
ahora, y muy pocas si las comparamos con un viaje en caballerías, y
llegué a Barcelona, estación de Francia. Nuevo cambio de tren, en esta
ocasión seria eléctrico el que me llevaría finalmente a mi nuevo pueblo,
pueblo de menos habitantes que Soria, que me hizo rectificar mi primera
impresión. No era el numero de habitantes lo que te oprime el espíritu,
es la historia, el pasado lo que no puedes quitarte de encima en el
pueblo donde has nacido, yo en aquel pueblo de Catalunya, me sentí
libre.
Comencé una nueva vida, nuevas costumbres, nuevos compañeros, nuevos
amigos, nuevas comidas; comencé a observar y vi el empeño que ponemos
las gentes en remarcar los hechos diferenciales de nuestras culturas,
para así distanciarnos del otro, del contrario. También observe que en
el fondo, en los sentimientos, todos éramos iguales; el amor, las
emociones, no tenían elemento diferenciador, eran los mismos, a pesar
del empeño que algunos pusieran en diferenciarlos.
Casi a la vez conocí a Neus y a María. A Neus me uní a través de este
bolero:
Anoche hablé con la luna, y le ofrecí mis sueños
los
sueños que guardaba dentro de mi alma...
A María fue a través de mi compañero infatigable de viajes, a Becquer:
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira:
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas
mientras exista una mujer hermosa
habrá poesía!
Y me enamoré de las dos, a las dos las necesitaba. Neus era racional,
María mágica. Cuando estaba con Neus quería a Neus, deseaba estar con
Neus, cuando estaba con María quería a María, y deseaba estar con María.
De momento todo fue bien, ninguna ponía condiciones, y yo ni tan
siquiera pensaba en que aquello, por lo visto, era anormal, me limitaba
a vivirlo y punto. Pero un buen día el punto se transformó en punto y
coma. La coma la situó Neus, la racional, que me puso ante el dilema de
elegir, escoger a la una para quedarme sin la otra, !buff¡, enseguida
supe que eso seria imposible, era tanto como decir que quería a la una
mas que a la otra. El simple hecho de tener que comparar se me hacía
insoportable.
Recuerdo que estábamos en una suave loma cerca del pueblo desde el que
se divisaba una fantástica vista de los Pirineos, Puigmal, Núria, Pic de
l'Infern, Puigllansada, etc. etc., se estaba haciendo de noche, yo cada
vez la veía mas guapa, a pesar de su enfado, a pesar de su empeño en que
me definiera.
Muy seria me preguntó:
-¿A quien quieres?.
Yo no la mentí y la dije:
-A ti.
Y continuo preguntando:
-¿Con quien deseas estar?.
No mentí al decirle:
-Contigo nada más.
Y era verdad que en aquel momento solo quería estar con ella, la deseaba
a ella, y hubiera dado cualquier cosa por abrazarla, y sentirla cerca de
mi, pues yo cada vez la deseaba mas.
Ella debió creer que mis contestaciones eran una señal de mi toma de
posición, se puso de pies enfrente mío, con el fondo de las montañas, y
comenzó a desnudarse. Yo sabia que había interpretado mal mis palabras y
en un primer instante quise sacarla de su engaño, pero en ese mismo
momento aparecieron sus senos tersos, bonitos, excitantes, parecía que
me miraban, y no fui capaz; a fin de cuentas yo no había mentido, mis
contestaciones eran rigurosamente ciertas, quizás escasas, pero ciertas,
y aquellas tetas seguían mirándome y yo no podía más, salí de mi
autismo, levanté las manos y le acaricié los pezones, en ese mismo
momento ya no había vuelta atrás, mi cerebro estaba totalmente
desconectado para los razonamientos, solamente podía absorber los
sentimientos, sentimientos que aquella tarde, calurosa tarde de agosto,
en la loma, con las grandes montañas al fondo, guardan el recuerdo de mi
primer amor absoluto con Neus, de nuestra primera entrega total.
Anduvimos unidos horas, no sé cuantas, ni me importa, estuvimos unidos y
eso era lo importante, no queríamos separarnos, pero la primera claridad
del día nos volvió al mundo real, al mundo en el que ambos teníamos que
comenzar a trabajar. Con pena nos despedimos, yo me fui a mi casa, me
mojé la cara, y tras escasos minutos de descanso hube de acudir al
trabajo, al absurdo trabajo que la realidad me imponía.
Poco a poco fui despertando de los recuerdos de aquella noche. Llegó la
tarde, y vi a María, estaba guapísima. Estuvimos juntos, sentía que la
quería, que me gustaba estar con ella; una amiga de Neus nos vio
abrazados, yo sentí un mal presagio. María nunca nombraba a Neus, nunca
decía nada, nunca me exigía nada. Quería estar conmigo y cuando
estábamos juntos, disfrutábamos y punto.
El presagio se confirmó el sábado siguiente. Vi a Neus, me acerqué,
aunque en su mirada noté odio y rabia. No me saludo, simplemente me
dijo:
-No quiero verte nunca más.
Entendí que no había nada que hacer y con gran pena la dejé.
Todavía hoy, al pensar en mi relación de Neus y María en aquella época,
sigo pensando que las quería a las dos, que las necesitaba a las dos.
Aquella noche de despedida con Neus, anda nítida en mi corazón.
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L L
CONFESIONARIO |
Un nuevo
traslado me llevó a una ciudad dormitorio en las rodalías de Barcelona.
Mi maleta de cartón ya no me acompañó. Pensando y pensando no logro
recordar cual fue su último viaje, sí recuerdo el motivo por el que no
me acompañó: un agujero, pequeño al principio, muy grande al final, hizo
que tuviera que estar en aquel su ultimo viaje luchando sin parar con un
calcetín rojo que se empeñaba tozudamente en salir, parecía que quería
independizarse de mis pies, que deseara tomar otros rumbos; yo quería
mucho a aquel calcetín, así que tuve que decidir, y decidí abandonar mi
maleta. No sabia como desprenderme de ella, me daba pena. Al final opte
por la incineración, tras el ritual, esparcí sus cenizas en el aire.
Llegué a mi nueva ciudad dormitorio el año en que murió el
dictador Franco y comenzó la transición; transición que después supimos
que no fue mas que un lento transcurrir entre dos regímenes, pero en el
interregno fuimos libres, al menos nos sentimos libres, muchas veces
sentirse es lo mismo que ser, y esta vez lo fue. Fuimos libres.
Un día, quizás dada la condición de ciudad dormitorio de mi nueva
residencia, andaba yo echando una siesta en la plaza de la Iglesia, al
Sol, cuando fui sacado de mi duermevela por una suave voz que me
susurro:
-¿Es verdad que crees en el amor libre?.
No abrí los ojos, y contesté susurrando también.
-El amor libre no se cree, se practica. Sí, lo practico. Lo
practico desde la pasión, desde el deseo. Forma parte de la historia
desde que las personas somos personas. Si existe en la Biblia la mujer
adultera, es porque ha habido mujeres que se han atrevido a pasar la
barrera ideológica y social de su prohibición, y lo han hecho sin
planteamientos, lo han hecho desde su deseo, desde su impulso vital. El
filósofo griego Diógenes de Sínope, cinco siglos antes de cristo,
practicó el amor libre, y teorizó sobre su normalidad.
Guardé silencio durante unos segundos, ella también; la situación
comenzó a ser excitante. Yo seguía sin abrir los ojos.
Nuevamente rompió el silencio diciéndome a bocajarro:
-Soy virgen, y quiero dejar de serlo.
Noté como un torrente de hormonas inundaban mi sangre; imagino yo
que la ruptura de un pantano tiene que ser un fenómeno similar; todo mi
organismo se alteró.
Continuó, un poco nerviosa, contándome sus motivos:
-Deseo hacer el amor, pero el ser virgen, no se porqué me impide
ser libre y manifestarlo cuando estoy con los chicos a los que deseo. Es
por ello que he pensado en ti. He oído hablar de tus ideas, de tu vida y
he pensado que me entenderías.
Un nuevo derrumbe de la presa hormonal y los párpados se me
abrieron solos, a pesar de que yo quería alargar un rato más mi
oscuridad interior. La vi y sentí como si un capullo me ofreciera sin
tapujos, sin cortapisas, todo su néctar. Deseé libarlo, deseé que se
abriera en esplendorosa flor, a la vida, a mí.
Intenté calmar sus visibles nervios, manifestándole con mi mirada
que entendía y me encantaba su propuesta. Pareció entenderlo pues se
calmo. Y no se porque sentí la necesidad de hablar, de explicarle cosas:
-Amor y sexo son dos cosas distintas, a veces pueden ir juntas.
Cuando dos personas tienen relaciones, se pueden hacer bien desde el
amor, bien desde el sexo, ambas son gratificantes, ambas son posibles.
Pululan por ahí castrados de todo tipo, que se empeñan en que el amor y
el sexo tienen que ir juntos, y especulan sobre la insatisfacción del
sexo separado del amor, a buen seguro que solamente un cerebro castrado
puede decir estas sandeces.
La apuesta ya estaba echada, la chica y yo íbamos a tener
relaciones, iban a ser desde el sexo, mi excitación y su mirada me hacia
suponer que serían satisfactorias.
Nos levantamos, comenzamos a caminar, no sabíamos donde íbamos, no
teníamos demasiada prisa, al pasar por delante de la puerta de la
iglesia, nos tentó entrar, y entramos. Una única beata rezaba con una
rutina ancestral el santo rosario:
-Mater amantisima.
-Ora pro nobis.......
Al vernos cambió totalmente la cadencia, que se hizo mas alegre,
mas exteriorizada, quería demostrarnos que estaba rezando, que estaba
comunicándose con su Dios. A nosotros la escena nos sosegaba, las velas,
las flores, la anciana del rosario, .... todo tenía su encanto. Al fin
la anciana terminó su ultima avemaría por aquella tarde, y debía tener
prisa, pues se le notaba que se iba sin muchas ganas; le hubiera gustado
quedarse más para ver que hacíamos nosotros en una iglesia. Quizás
nuestra diferencia de edad la sorprendió. Yo tenía treinta años, y ella,
calculé que, unos dieciocho.
Al sentirnos solos, se nos disparó la necesidad de abrazarnos, y
lo hicimos apasionadamente; fue un beso largo, prolongado, con los ojos
cerrados, sintiendo nuestros cuerpos. Ya no podíamos más, buscamos un
rincón, y encontramos un confesionario, nos metimos, cerramos la
cortinilla, y estallamos en deseos de sentir nuestros cuerpos. Le toqué
sus tersas tatas, acarició mi espalda; saboreé sus pezones, besó mi
nuca; subí mi mano por sus piernas, mientras sus manos acariciaban mi
pene; me encontré con su sexo húmedo, lo acaricie tiernamente durante un
buen rato; le llegó el orgasmo, sellé sus labios con los míos, para
emitir el menor ruido posible, y así cuando estaba en su orgasmo,
hicimos el amor, y consiguió lo que tanto deseaba. Nos sentamos en una
especie de banqueta que había en aquel viejo confesionario, y estábamos
relajándonos, cuando fuimos sorprendidos por una voz de beata que venia
de una de las celosías, que comenzó a decirnos:
-Ave María Purísima.
Silencio y sorpresa por nuestra parte, finalmente reaccioné y
contesté:
-Sin pecado concebida.
La contraseña funcionó a la perfección, yo me convertí en su
confesor. Así fue como aquella mujer nos comunicó que su pecado era
pensar en otro hombre cuando hacía el amor con su marido. Al parecer
estaba avergonzada de sus pensamientos. Intenté explicarla qué el
pensamiento ha de ser libre, que hemos de procurar ser dichosos, y que
con nuestra dicha no podemos ofender a nadie. Parecía extrañada, debió
pensar que se trataba de un nuevo cura, pero acepto mi bendición y se
alejo. Nosotros entre risas y abrazos, sentimos la necesidad de
confirmar nuestro acto. Debió de ser por paralelismo con el lugar en el
que estábamos, habíamos hecho nuestro bautismo así que deseábamos
confirmarlo. Y lo confirmamos con un nuevo acto reivindicativo de la
consigna jipi que nunca ha perdido su vigor, su valor, su fuerza: "Haz
el amor y no la guerra". Hicimos nuevamente el amor, dulce,
sosegadamente, fuimos libres.
Teníamos que salir, nos costó pero lo conseguimos, salimos, una
nueva beata rezaba el rosario, nos miro escandalizada, sin duda no sabia
que hacer, y nada hizo.
Al salir a la calle vimos que ya era de noche, nos miramos largo
rato, nos besamos, se fue y dijo:
-Me llamo Judith. ¿Pensaras en mí?.
No contesté, no hacia falta.
Hoy he vuelto a pensar en ti.
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La
explosión del tiempo |
Cuando nos miramos por
primera vez, supe que nuestra relación iba a ser tumultuosa, y así fue.
Las circunstancias externas, tanto históricas como sociales, y nuestras
propias vivencias, eran favorables a que nuestros sentidos, nuestras
ideas, nuestros conceptos estallaran en un gran fuego de artificios de
colores, de sentimientos, de deseos. También supe que nuestra relación
duraría justo lo que durara la mecha, la larga mecha de nuestra
transformación.
Voy a intentar ordenar mis recuerdos, a veces tan
escurridizos, tan maleables como los propios sueños, es por ello que el
antes o el después no me queda claro, a veces ni tan siquiera el lugar,
pero siempre me queda nítido el sentimiento, aquello que el momento
aportó a mi sensualidad.
Fue en una asamblea, ella apareció por primera vez
con una gabardina de un rojo intenso, un rojo excitante, y a mi me
excitó. Primero miré su gabardina, después su movimiento, a continuación
sus piernas, un poco más y observé sus labios; así que cuando por fin
mire sus ojos yo ya la deseaba, y vi en los suyos que ella me deseaba
también. No se lo que se discutió en aquella asamblea, seguro que fue un
tema interesante, pues andábamos en aquella época empeñados en
transformar al mundo desde nuestra peque a realidad; estábamos en la
transición, anhelábamos que el mundo fuera mejor, y creíamos que
podríamos conseguirlo. Mas yo de aquella asamblea no recuerdo ningún
dato concreto, que no este relacionado con aquella gabardina roja y con
el cuerpo, los sentimientos, las ideas que aquella gabardina me
ocultaban, me imaginaba que aquella gabardina era un muro que protegía a
aquella chica, y pensaba yo que cuando se la quitara, el muro
desaparecería también.
En estas estaba cuando terminó la asamblea, y terminó
mi visión, pues aquella noche todos se volcaron sobre la nueva, cosa
lógica, y ello me impidió conectar. ¡Que le íbamos ha hacer!, ¡otro día
seria!. Y ese otro día por fin llego. La vi por la calle, iba también
con su gabardina roja brillante, nos miramos, supimos que necesitábamos
abrazarnos, supimos que alguien tenía que empezar, y así fue como nos
unimos en un beso, largo beso, sensual beso, cálido beso; toda nuestra
sensualidad se precipitó en nuestros labios, en nuestras lenguas. De
pronto empecé a caminar apresuradamente hacia mi casa, quería sentir lo
que había debajo de la gabardina; ello lo entendió, pues comenzó a
caminar a mi lado también. Cada vez corríamos mas, queríamos constreñir
el tiempo, al final y ya en las escaleras, nuestros corazones acelerados
casi que cabalgaban sobre ellas. Con nervios abrí la puerta, y justo al
cerrarla, allí mismo junto a ella hicimos apasionadamente el amor,
vestidos con su gabardina, que se convirtió en el fetiche de nuestra
unión.
La cosa quedaba clara, aquello que comenzó como un
volcán, tenía que terminar con una explosión, y en el camino vivimos
sensaciones nuevas, tiernas y duras, violentas y sosegadas. Voy a sacar
alguna de ellas del cajón de mis recuerdos, por poco que urgo en mis
neuronas, aparecen las sensaciones tal y como las viví, intensamente.
En nuestra primera conversación supe que además de la
gabardina, tenía otro escudo, había decidido no enamorarse, pues creía
ella que enamorándose se perdía la libertad. Creo yo que enamorarse o no
tiene que ser un ejercicio de libertad, y no un razonamiento
intelectual, pero así estaba la cuestión y a mi por aquel entonces no me
preocupaba, yo lo que quería es tenerla junto a mi, sentirla cerca,
conocer su cuerpo.
Nuestra relación nunca fue rutinaria, cada vez que
follábamos, tengo que llamarlo así pues ella no estaba enamorada, era
una experiencia nueva, un conocimiento nuevo de nuestros sentimientos.
Conocí los celos mas intensos, cuando ella me narraba
sus relaciones sexuales con otros chicos, que me contaba con todo
detalle, y tengo que reconocer que empecé a comprender a los mirones,
pues yo y a pesar de mis celos, me excitaba apasionadamente con sus
relatos. Aún recuerdo el día que me contó que con un compa ero de
estudios con el que había estado estudiando todo la noche, al amanecer
hicieron el amor encima de la mesa, encima de los libros, encima de los
cafés, y yo me iba excitando. Como siempre aquellas sus narraciones
terminaban con nosotros dos explotando en una relación sexual intensa,
variada distinta.
Fue un día que me contó una de sus relaciones que yo
sentí la necesidad de poseerla, por la otra cueva de su sensualidad, y
así lo hice, fue maravilloso, con mis manos libres acaricié sus senos,
su sexo húmedo, casi enloquecimos de excitación.
Una tarde estábamos en Barcelona, y nos entró una
insaciable necesidad de poseernos, no podíamos ir a ninguna casa, todas
estaban lejos para lo apremiante de nuestra necesidad, así que hicimos
el amor en la calle, en el barrio gótico, al lado de la catedral, nos
gustó, y me sirvió para comprender a los exhibicionistas, pues además
del placer de nuestra unión sentí, sentíamos el placer de nuestra
entrega a la gente que pasaba mirando unos con extrañeza, otros con
resignación y, los más, con sana "envidia".
Yo también tenía relaciones con otras chicas, y un
buen día Montse se enamoro de una de ellas. Comenzamos a salir juntos a
todas partes, en los bailes terminamos bailando los tres, y fue
precisamente un día después de un baile que terminamos en la misma cama
los tres. Comencé ha hacer el amor con Rosa mientras Montse comenzó a
acariciarla, poco a poco a besarla, y finalmente se estrecharon en un
largo beso de sus húmedos sexos. Terminé acariciando a las dos,
sintiéndolas cerca de mi. Así fue como comprendí a los tríos, los
cuadrados y los pentágonos, menos el de Estados Unidos, claro esta.
Una noche en la que yo estaba mas enamorado que en
otros días, quizás simplemente porque me encontraba mas solo, quizás el
amor surja de la soledad, no lo se, algún día pensaré en ello, vino
Montse muy eufórica, y me contó una de sus relaciones, mis celos se
dispararon, y sentí la necesidad de "vengarme" de hacerla un poco de da
o, y así fue como cuando estábamos haciendo el amor, descargue mi rabia,
con un manotazo en su culo, flojo, pero lo suficiente como para que
escociera, para que hiciera un ligero dolor, y vi como ella se excitaba
mas, así fue como nos metimos en el mal comprendido mundo del sado
masoquismo, mundo que nos proporciono muchas horas de intenso placer. Me
gustaría hacer aquí una peque a reflexión sobre el mundo del sado-masoquismo,
simplemente para expresar mi creencia de que en sexualidad, es decir en
la vida privada de dos o mas personas, no tiene que haber ninguna
intervención exterior, ni juzgatoria ni acusatoria, si dos o mas
personas deciden tener un tipo de relación libremente, pueden hacer con
sus vidas lo que quieran, el problema solo surge, a mi modo de ver,
cuando una persona impone a otra sus creencias o sus formas de sentir,
en este mismo momento desaparece la libertad del otro. Solamente una
mente frustrada puede acusar a dos personas que son felices de la manera
que ellas han decidido libremente.
Montse seguía luchando para no enamorarse, y yo
seguía luchando contra mis celos, pero en medio de nuestras luchas ambos
seguíamos disfrutando, y quizás y en cierta manera, buscando nuevos
caminos. Uno de estos caminos lo encontré yo un día en una revista de
esas que tanto abundaban en la transición, revista que tenía contactos
sexuales, yo en un principio pensé que serían falsos, que eran se uelos
para que la gente comprara, compráramos mas bien, la revista, pero
probé, y leí los de parejas que querían relacionarse con otras parejas
para intercambios esporádicos, escogí una que me pareció la adecuada,
escribí, no sin recelo, a un apartado de correos, y a los dos semanas
aproximadamente recibí contestación de una chica, la chica de la pareja,
que en tono amable y cari oso, nos indicaba su domicilio y un teléfono
para concertar una cita. Tengo que reconocer que la lectura de aquella
carta fue como una fragancia sensual, no se, me gusto aquel encanto que
siempre tiene lo desconocido, nunca nos habíamos visto, no nos
conocíamos de nada, e íbamos a quedar para una cita sexual.
Con excitación llame al teléfono, se puso la chica,
lo preferí, al chico no hubiera sabido que decirle. Comencé titubeando
diciendo que era Alvaro, el de la carta, ella enseguida me sosegó y
quedamos para la noche siguiente a cenar.
Tanto yo como Montse al día siguiente estuvimos
excitadísimos todo el día, el tiempo parecía transcurrir mas lento. Por
fin llegaron las ocho de la noche, cogimos el tren y fuimos hacia su
casa, hacia viento, y eso nos relajó. Llamamos y la vi por primera vez.
Eran un poco más jóvenes que nosotros, reímos pasamos, cenamos, hablamos
de cosas triviales, del tiempo, de política, etc. etc. Durante la cena y
con comida en el plato todo era mas sencillo, pero se terminó la cena y
nuevamente mis nervios me hacían titubear. Ellos, que no en balde eran
los anfitriones, preveyéndolo todo, inmediatamente después de cenar
tenían preparado un poker sexual, que consistía en que el que perdía
tenía que apostar con una prenda de su vestimenta. La idea me gustaba, a
Montse también, lo noté en su sonrisa.
Los zapatos, las medias, comenzaron a caer. Lidia
ponía en cada acto de su destape un poco de si misma, al quitarse su
primera media yo ya la desee con toda mi alma, no anhelaba mas que
sentir su cuerpo cerca de mi, pero preferí esperar, preferí que el juego
fuera desnudándola lentamente, pues ello alargaba el tiempo de mi deseo.
Cuando se quito la blusa y aparecieron sus rígidos senos escondidos tras
un transparente sostén, creí estallar, mi corazón parecía un caballo
desbocado, era un caballo desbocado, mis manos se me iban de mi cuerpo,
andaban solas por el aire acariciando sus pezones.
Un nuevo golpe de suerte para mi, dejó a Lidia en
bragas, ¡¡buff!!, es asombroso pero aun hoy, después de tantos años,
siento dentro de mi las mismas sensaciones que sentí aquella noche. El
negro bello se transparentaba a través de aquellas peque as bragas, yo
no podía más.
Pero todavía tuve que aguantar antes de poseerla,
cuando cayo su sostén sus pezones aparecieron con todo su esplendor,
realmente aquellos sostenes no sostenían nada, simplemente ocultaban
sensualmente lo que Lidia poseía.
Un poco mas y ya andábamos todos desnudos, una vez
mas los anfitriones dieron una buena muestra de tacto y Paco comenzó a
acariciar a Montse. Lidia estaba a unos decímetros de mi, nos miramos y
en las miradas expresamos nuestros deseos, nos levantamos, mirándonos
comenzamos a caminar despacio, nos juntamos, nos acariciamos, nos
besamos, que bonito fue. Hicimos el amor despacio, saboreándolo,
sintiéndolo. Los sonidos de
Montse y Paco nos excitaban todavía mas, cuando llegó
el primer orgasmo, Lidia y yo nos miramos como dos ni os, y como dos ni
os fuimos felices.
La noche terminó y, no se porque, pero fue la primera
y la última que nos vimos. Quizás fue lo mejor, no lo sé.
A Montse y a mi el recuerdo de aquella noche nos
excitó muchas noches mas para seguir con nuestro amor, nuestro amor
particular, nuestro extra o amor.
El tiempo iba pasando y nuestra relación continuaba,
comencé a pensar que nuestro volcán podía ser de esos que van estallando
continuamente en peque as explosiones y que nunca tienen una explosión
final.
Un día lluvioso decidimos hablar sobre nuestra
relación, nos encerramos en una habitación, y allí estuvimos horas y
horas hablando, analizando, escudriñando los detalles y pormenores de
nuestros actos, nunca lo habíamos hecho con tanta minuciosidad. Cansados
de hablar empezamos acariciarnos, a sentirnos, bese sus pies con
fricción, poco a poco los sentí míos, y comencé a sentir que formaban
parte de mi cuerpo, de mi ser, al fin terminé sintiendo todo su cuerpo
diluido en el mío, dejé de ser yo para ser yo y ella, así fue como
sentí, sentimos el orgasmo mas profundo de nuestra relación.
Montse me explicó que había sentido que su mente se
dispersaba en la mía, que desaparecía como persona, para disgregarse en
mi, que la excitó y la asustó. Yo le comenté mis sensaciones, mi
dilución con su cuerpo. Montse sintió que su libertad peligraba, tubo
miedo, angustia de desaparecer como persona, y decidió que ese era el
fin de nuestra relación. El volcán estallo, estallo en mis pedazos, en
mil colores, en mil palabras.
Nos abrazamos y nos dijimos adiós.
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